Comentario
El Renacimiento del siglo XII había sido más obra de individualidades que de instituciones. Los maestros, como sus alumnos, carecían de una organización verdaderamente sólida y su nomadismo era una clara evidencia de la provisionalidad de su labor. Como cualquier otra profesión urbana, el intelectual necesitaba proteger sus intereses salvaguardando al tiempo su espíritu de cuerpo. La Universidad vino a cubrir de manera idónea ambos objetivos.
Esta toma de conciencia, que implicaba la defensa de un interés común, identificaba de hecho a los intelectuales con el resto de grupos profesionales ciudadanos organizados en gremios. De ahí que haya podido afirmarse que "el siglo XIII es el siglo de las universidades porque es el siglo de las corporaciones" (Le Goff). Sin embargo, aunque esta aspiración general de carácter corporativo este clara, los orígenes concretos del sistema universitario son más difíciles de precisar. Aunque pueda hablarse de universidades fundadas desde cero, al calor de la iniciativa regia o pontificia -así Toulouse, Nápoles, Salamanca, Lérida, etc.- parece sin embargo que las primeras en aparecer y también las que alcanzaron mayor relevancia, fueron aquellas que partieron de la experiencia de escuelas episcopales con cierto nivel ya en el siglo XII, como París, Oxford y Bolonia.
La constitución de un grupo profesional de intelectuales organizado corporativamente en el seno de la ciudad, implicaba la conquista de un creciente grado de autonomía que chocaba con las tradicionales prerrogativas de los obispos sobre las escuelas diocesanas. También la organización municipal podía ver con recelo la aparición de estas corporaciones docentes, tratando, como los prelados, de regular su desarrollo y funcionamiento. El conflicto se solventó normalmente mediante la sumisión a Roma, que si bien a largo plazo iba a suponer una fuente de nuevos problemas, permitió también asentar de manera irreversible la autonomía y privilegios universitarios frente a la ciudad y sus autoridades.
De un total de 44 universidades europeas antes de 1400, al menos 31 contaron en efecto con un documento fundacional pontificio, lo que subrayaba tanto el carácter supranacional de estas instituciones como su condición eclesiástica. Jurídicamente los universitarios eran clérigos, por más que en la práctica no se comportasen como tales e incluso sus planteamientos favoreciesen el laicismo.
Esta dependencia de Roma hizo que muy pronto los Pontífices intentaran utilizar al movimiento universitario en favor de los objetivos de la reforma. En la bula "Parens Scientarum" (1231) Gregorio IX recordó la directa dependencia de las universidades respecto de la Santa Sede, por encima de cualquier jurisdicción civil o episcopal. Aunque este carácter pontificio implicaba una fuerte garantía frente a terceros, podía también provocar, como de hecho así sucedió, infinidad de conflictos si la postura romana tendente a rebajar a la Universidad al papel de mero instrumento de gobierno, chocaba con las ansias autonomistas de la propia institución. Para la ciudad como para el Estado o la Iglesia, la corporación universitaria era en suma tan atípica como inconveniente.
Desde el punto de vista interno la Universidad no dejaba de ser una agrupación de profesionales en defensa de sus intereses. De hecho en la Edad Media el término "Universitas" servía para designar, no a la institución docente que hoy conocemos, sino a cualquier organismo gremial o corporativo, siendo así sinónimo de "hábeas", "societas", "consortium", "communio", etc. "Nos Universitas magistrorum et scholarium Parisiensium", decía orgullosa de sí misma en 1221 la Universidad de París, recalcando la asociación de profesores y alumnos. Y algunos años más tarde, con idéntico sentido, las "Partidas" definían el "Estudio General" como el "Ayuntamiento de maestros et de escolares, que es fecho en algunt logar con voluntad et con entendimiento de aprender los saberes".
Fue esta denominación de "Studium generale" la que prevaleció de hecho hasta el siglo XV, en que empezó a utilizarse ya la de "Universitas" o "Universae facultates" con el sentido actual. Con el calificativo general se subrayaba por otro lado la procedencia internacional de los miembros de la corporación y la validez, también supranacional, de sus titulaciones (licentia ubique terrarum" o "licentia ubique docendi), que sólo el Papa y, con el tiempo, también el emperador y los reyes -previo permiso pontificio- podían conceder.
La Universidad fue el medio natural en el que llegó a su madurez el intelectual del Medievo. A lo largo del siglo XIII su profesionalización había avanzado tanto que puede hablarse, con toda propiedad, de la aparición de un verdadero "homo scholasticus". Durante la anterior centuria la denominación "scholasticus", con el sentido de hombre sabio o instruido (eruditus, litteratus, sapiens, etc.), se había reservado al canónigo director de la escuela episcopal o maestrescuela. Pero con la aparición de las universidades, los "Doctores scholastici" fueron ya simplemente todos los profesores titulares de cátedra y "doctrina scholae" el saber por ellos impartido. De este modo, Escolástica y Universidad vinieron prácticamente a confundirse.
Tres rasgos distinguían sociológicamente al "homo scholasticus": el respeto, a menudo reverencial, a las "auctoritates", consideradas fuente de todo conocimiento; el dominio del método dialéctico aplicado al comentario de textos, lo que hacia despreciar el recurso a la vía experimental y, finalmente, la vocación ecuménica de las doctrinas y saberes, por encima de cualquier inclinación nacionalista (Chelini). Desde el punto de vista ideológico la escolástica se situaba además en una perspectiva conscientemente cristiana, incluso en su sentido más descalificador, por cuanto aparte de no admitir ningún postulado contrario al dogma oficial, concebía a la filosofía como un mero instrumento racional en la explicación de la fe (Philosophia ancilla Theologiae). La vocación pedagógica, su excesiva sistematización formal y la inclinación radicalmente aristotélica, hacían finalmente de la filosofía escolástica una disciplina tan rigurosa como conservadora e impersonal.
Respecto al método escolástico, no era sino la culminación de los avances logrados en el campo de la lógica durante el siglo XII, en especial tras la completa recepción del pensamiento de Aristóteles.
Como siempre, el punto de partida del método escolástico, también llamado silogístico por basarse en el silogismo y en sus reglas de razonamiento, era la "lectio". El "magíster" o "lector" leía en clase el texto de un "auctor" determinado, del que se pretendía extraer su significado profundo o "sententia auctoris". Para ello, tras formular el tema, el "magíster" lo dividía en diferentes "quaestiones", formadas a su vez por diversos artículos que analizaba pormenorizadamente, aduciendo razones en pro y en contra y siempre de acuerdo con el método silogístico (disputatio ordinaria). A menudo el desarrollo de esta fase tenía carácter público (disputatio publica) y podía ser encomendado a un bachiller asistido por un maestro, que actuaba como presidente. En el transcurso de este verdadero torneo intelectual, seguido atentamente por el alumnado, todos los contrincantes hacían alarde de sus profundos conocimientos lógicos, hasta que el maestro ponía fin a la disputa resumiendo brevemente el tema y señalando la conclusión (determinatio magistri). A menudo estas conclusiones se conservaban por escrito, al objeto de darlas a conocer a las futuras promociones de estudiantes.
A diferencia de la "lectio", la "disputatio publica" no tenía carácter ordinario, si bien se consideraba obligatoria y recurrente pare los bachilleres que optasen al grado doctoral. A partir de 1230 se extendió por la Universidad de París la costumbre, por parte de algunos maestros, de someterse a las preguntas del alumnado sobre cualquier tema. Las "quaestiones quodlibetales" servían así para alejar cualquier sombra de rutina y demostraban desde luego la talla intelectual de los maestros.